martes, 29 de enero de 2013

El lado bueno de las cosas y otras lecciones que me dejé por el camino




A medida que vamos paseando por las diferentes edades e historias de nuestras vidas nos topamos con varios muros que separan, una por una, todas las etapas en las que después dividiremos nuestra existencia. A veces esos muros son meros climax agradables y reveladores que nos redirigen como una señal de tráfico. Sin embargo, otros de esos muros son menos majos; son aquellos a los que les hemos dado el agradable nombre de "crisis existenciales". 

Mientras los primeros, los "climax", vienen provocados por hechos realmente sustanciales  y tangibles (un ascenso en el ámbito laboral, la aparición del amor en nuestra vida o el nacimiento de un hijo, por poner varios ejemplos), los segundos suelen ser provocados por la "no-existencia" permanente de alguna de esas cosas. 


Como podéis imaginar, por tanto, hoy en día vivimos rodeados de personas que se encuentran en el segundo de los planteamientos. Jóvenes, y no tan jóvenes, que hemos ido pasando los días, desde hace ya un lustro,  posponiendo sueños y anhelos y encontrándonos con diversidad de momentos de "no-existencia". Ya sé que dicen por ahí que "la vida es aquello que pasa mientras nosotros hacemos otros planes" pero, ¿hasta qué punto somos capaces de encarar lo que nos pasa mientras lo estamos teniendo que soportar? Porque la filosofía de vida y la teoría nos la podemos saber todos, pero lo complicado viene cuando no somos capaces de verle la practicidad en nuestros conflictos cotidianos.


En la peli "Silver lining playbook" (el lado bueno de las cosas, en su traducción al castellano), un sobresaliente Bradley Cooper, aplastado por una serie de catastróficos muros tangibles y no tangibles, decide basar su vida en una filosofía que lo debe cambiar todo: buscar el lado bueno de las cosas. Árdua tarea. 


Verle caer, una y otra vez, en los mismos tropiezos, las mismas rutinas dolorosas y en los errores autoimpuestos por su tozudez y ceguera te hace reír, a ratos, y reflexionar después.


Porque, al fin y al cabo, no somos todos tan diferentes, sea cuál sea nuestra situación y nuestro muro particular. Si somos capaces de ver con claridad que en las vidas ajenas el camino hacia los sueños es cuestión de arrancar y perseguirlos con fervor sacando a relucir el lado bueno de las cosas, ¿por qué se nos hace tan difícil tomar el control de nuestro volante y abandonar lo que nos mantiene paralizados en la misma postura de tropiezo contínuo? 

Combinemos nuestro lado racional con ese resquicio de soñadores que se quedó escondido en alguna parte. Valoremos lo bueno de nuestra situación actual (no soy la periodista que algún día quise ser, pero oye, cómo me río en mi actual puesto de trabajo), pongamos el rumbo hacia esos sueños y retos que podamos ver cumplidos con un poco de esfuerzo y SÍ estén en nuestras manos (¡que estuve en Nueva York! y me queda muuucho mundo por conocer). Disfrutemos de esos pequeños detalles que ya identificamos como grandes aliados de nuestro estado de ánimo óptimo (las sonrisas de mis sobrinos; una buena peli en el cine) y, sobre todo, no dejemos de pensar (porque está en nuestras manos) nunca jamás que lo mejor siempre está por llegar.


martes, 22 de enero de 2013

El momento fan


La semana pasada ocurrió un fenómeno digno de mención en la oficinita donde trabajo. Mi compi, M, y yo, nos volvimos locas por un momento escuchando por la radio a uno de nuestros bloggers favoritos, El Guardián entre el centeno. Se escucharon grititos, amenazas al presentador del programa por no darle más espacio para hablar... hubo suspiros y también proposiciones indecentes que, desafortunadamente, no llegaron a los oídos del caballero. 

Los síntomas eran claros y el diagnóstico evidente; la regresión a los 15 era real... teníamos un "MOMENTO FAN".


Mis "momentos fan" han tenido luces y sombras muy marcados, ya que presumo de esta patología desde muy temprana edad. Algunos de esos ídolos que me han llevado al rubor y a la euforia son ya hoy parte del pasado, aunque a todos ellos les guardo, como si de una relación real se tratara, mucho cariño y respeto. ¿Queréis que haga un repasito a mi trayectoria de relaciones utópicas? Vamos allá. Preparad las carcajadas.



Sergio Martín, de Bom Bom Chip

De él sólo diré que tenía su foto enmarcada en mi mesita de noche y los cuadernos del cole llenos de corazoncitos con su nombre. Era joven e inexperta, pero ya dejaba ver cuál iba a ser mi perdición: los amores imposibles.

Fernando Morientes

Años después de mi relación con Sergio, tuve un affair con Leonardo Di Caprio, pero no creo que durara más de un verano loco y, poco tiempo después, comencé la primera de mis relaciones largas; esta vez con un producto nacional y de calidad: Fernando Morientes, jugador del Real Madrid. 

Mis tendencias se hacían obvias; peludito, hombretón y con sonrisa importante. Fernando y yo fuimos muy felices durante mucho tiempo... hasta que me enteré de que se había casado con otra y comencé a mirar a otros. A otros muy parecidos a él.



Joan Balcells (no, no he encontrado una foto mejor)


Miembro del equipo nacional que ganó la primera Copa Davis (año 2000)
Con Joan, aquí servidora se veía teniendo hijos. La fantasía era tal, que calculaba la diferencia de edad y, después de sopesarlo, creí que no era tanta (11 añitos nos llevábamos). Lo veía clarísimo. 

Y fue Joan el que, de entre todos mis amores platónicos, más cerca he tenido. Fui la adolescente más feliz cuando asistí a un partido de exhibición suyo en el que gasté un antiguo carrete fotos (qué lejos lo vemos ahora...) en el paseíto que hizo de la pista a los vestuarios. Todo muy bizarre, que dirían los americanos.



Valentino Rossi


Entonces llegó él. Mi amor más supremo. ¡Desde 2001 a la actualidad que llevo venerando su figura! Valentino Rossi, piloto de motociclismo y rey de las patillas.
Por él me despertaba a las 5 de la mañana, junto a mi mejor amiga, E (compañera de aventuras platónicas varias), para ver las carreras de Japón o Australia. Por él me compré una bandera de Italia del tamaño de la de la Plaza Colón de Madrid. 




Ya veis que no tengo grises en lo que a amor platónico se refiere. Soy como Julianne Hough en la Alfombra Roja de los Golden Globes: lo doy todo, aunque no me conozca ni mi amado. 


lunes, 14 de enero de 2013

Ojalá yo en una red carpet

Siempre he pensado (seguro que como más de una): "Si me invitaran a la gala de los Oscar y pudiera elegir el vestido perfecto, ¿qué me pondría?"

El primer pensamiento que se me ocurría es, por supuesto, ir de PRINCESACA. Sin dudas ni remordimientos. Un Marchesa con mucho encaje, mucho volante, transparencias y un vuelo como para esconder dentro a medio Los Ángeles.

Pero claro, una ya tiene una edad, un máster de Protocolo y muchas ediciones de red carpet a sus espaldas. El factor princesil es casi infalible, pero hay muchos otros factores que se deben de tener en cuenta antes de colocarnos los zapatitos de cristal como si el mañana no existiera. La pena es, por supuesto, que todas esas chicas que SÍ pueden acudir a ese tipo de eventos, años tras año, no le hayan dedicado el mismo tiempo que yo a sopesar pros y contras...

Bueno, el asunto es que aprovechando la ocasión (ayer se celebró la ceremonia de los Golden Globes, la perfecta unión entre la mejor TV y el mejor cine), vamos a repasar esas premisas que debemos tener en cuenta para juzgar los looks de nuestras famosas preferidas (y las odiadas) con un poquito de criterio y objetividad. A ver si llegamos a tiempo a los Oscar.

(Para ver mejor las fotos, clicad encima de ellas)


1. ¿Qué me apetece llevar?

Sintamos esa primera corazonada y hagamosle un poquito de caso. Está claro que no nos vamos a presentar a los Golden Globes con chandal, pero pensemos qué tipo de escote es el que nos hace sentir más guapas, qué tipo de estrechez estamos dispuestas a llevar... vamos, ¡qué nos pide el cuerpo!


2. ¿Qué me queda bien?

Importantísimo. Destaquemos nuestros puntos fuertes, no los escondamos... ni tampoco los sobreexpongamos, que todo cansa (ejem, Salma Hayek, hija, que nos sabemos de memoria la forma de tus lolazas). Ejemplo de una buena elección:  


Jennifer Lawrence; color favorecedor, corte perfecto, cintura increíble.

Y no la cagues con los complementos o el maquillaje. Potencia aquello que ya conoces y sabes que te queda mejor. En el caso de estas chicas, se someten a sesiones de maquillaje y peluquería muy diferentes muy a menudo, así que deberían saber cuáles son sus puntos flacos. Pues no... hay algunas que la lían parda.


Kaley Cuoco, la princesa que le cogió prestado el maquillaje a su malvada madrastra



3. ¿Qué edad tengo?
Va, en serio. No es tan difícil. Claro que a los 14 todas queríamos tener 18... y a los 50, 35; pero hagamos un ejercicio de ver un estilismo fuera de nuestro cuerpo y nuestro rostro. No vistamos a esa persona que un día fuimos o que un día seremos, amigas celebrities. Vestíos a vosotras mismas con vuestra vida y vuestras circunstancias. 

Dos ejemplos de mala elección; una que no llega y la otra que se pasa: a la izquierda, Jennifer López, nacida en 1969 y madre de dos hijos, interpretando a la Sirenita travesti. A la derecha Sarah Hyland, 1990 y sin hijos, en el papel de una bruja abuelil.

Y un ejemplo de los deberes bien hechos. Ariel Winter, de 1998. Aunque la ha pifiado otras veces, este año ha acertado con este look fresco y juvenil sin perder elegancia. Un ole por ella, aunque no vaya de largo.



4. ¿Qué pinto aquí?
Esta es una buena pregunta. Quizás una de las más importantes a la hora de vestir para la ocasión. 
No deberíamos vestir del mismo modo, por mucho que nos apetezca, si vamos a acudir al bautizo del sobrino de nuestra pareja, a la boda de nuestra mejor amiga o a la de nuestra hermana.

En este caso, el elemento diferenciador es: ¿qué pinto en esta gala?, ¿estoy nominada?, ¿vengo a acompañar a alguien?, ¿soy, simplemente, una invitada? Y aquí es donde pinchan, según mi punto de vista, la mayoría de las invitadas a estos eventos.


Porque todos sabemos que te mueres de ganas de ponerte la cola más larga del lugar, pero si únicamente eres la novia/mujer de un nominado a mejor actor secundario... no lo hagas. Y, muy a tu pesar si eres una persona tímida, no te enfundas en ese triste vestido negro si crees que es posible que te lleves el galardón a mejor actriz. ¿Vemos algunos ejemplos? 



Empezamos con los malos:

a) Lo he dado todo y sólo me conoce mi madre, que me ve desde casa.
Julianne Hough

b) Me van a dar el premio a mejor actriz de reparto. Sé que me lo van a dar, y voy correcta. Únicamente correcta.
Anne Hathaway

Y seguimos con los buenos.

a) Mi marido está nominado a mejor director, pero yo también soy actriz. Voy guapa, favorecida, pero no me paso de la raya porque esta no es mi noche.



b) Me han nominado a mejor actriz de serie dramática y soy inglesa, así que tengo que dejar el listón alto, pero no me puedo pasar. Y no lo hace, no. Amazing.


Michelle Dockery

c) Tengo mi estilo propio (los vestidos con corte sirena). Esta noche estoy nominada. Voy favorecida, brillo con luz propia.

Sofía Vergara
Podría ilustrar cada punto con mil y una fotos pero, si somos creativos, estos 4 pasos son suficientes para saber por dónde van los tiros. Porque no sólo debemos juzgar los looks bajo nuestro gusto personal o las tendencias que se lleven en ese momento, sino que ser adecuado y saber cuál es el lugar y el momento correcto son las pistas definitivas para triunfar en cualquier década y en cualquier ocasión.

Seguramente nunca pisaremos la alfombra roja de los Oscar, pero oye, esto se extrapola fácilmente a cualquier BBC o evento en el que queramos lucirnos como las princesas que somos, aunque cada una a su manera ;)